La Diversidad Funcional Intelectual es una afección del funcionamiento intelectual general que se encuentra por debajo del promedio y que produce carencias en las destrezas necesarias para la vida diaria. Dicha diversidad aparece antes de los 18 años y afecta alrededor del 1% al 3% de la población. La Asociación Americana de Discapacidades Intelectuales y del Desarrollo (AAIDD) propone la siguiente definición:
“La discapacidad intelectual se caracteriza por limitaciones significativas tanto en el funcionamiento intelectual como en la conducta adaptativa, tal y como se ha manifestado en habilidades adaptativas, conceptuales y prácticas.”
Esta definición va acompañada de una serie de premisas que clarifican el concepto:
1. “Las limitaciones en el funcionamiento presente deben considerarse en el contexto de ambientes comunitarios típicos de los iguales en edad y cultura”.
2. “Una evaluación válida ha de tener en cuenta la diversidad cultural y lingüística, así como las diferencias en comunicación y en aspectos sensoriales, motores y conductuales”.
3. “En una persona, las limitaciones coexisten habitualmente con las capacidades”.
4. “Un propósito importante de la descripción de limitaciones es el desarrollo de un perfil de necesidades de apoyo”.
5. “Si se mantienen apoyos personalizados apropiados durante un largo periodo, el funcionamiento en la vida de la persona con discapacidad intelectual, generalmente mejorará”.
Este nuevo enfoque, que ha permitido cambiar el término “discapacidad” por el de “diversidad funcional”, ve la diversidad funcional como el ajuste entre las capacidades de la persona y el contexto en el que ésta funciona. En el tema que nos corresponde, el funcionamiento intelectual está relacionado con las siguientes dimensiones:
1. Habilidades intelectuales
2. Conducta adaptativa (conceptual, social y práctica)
3. Participación, interacciones y roles sociales
4. Salud (salud física, salud mental, etiología)
5. Contexto (ambientes y cultura)
A mi parecer, las personas que han presentado un Coeficiente Intelectual bajo y que han mostrado dificultades en el aprendizaje y alteraciones en la conducta, se han visto expuestas a un término que se seguía utilizando hasta hace poco: “retrasado mental”. De hecho, la asociación mencionada anteriormente, antes se denominaba Asociación Americana de Retraso Mental. La percepción negativa ante aquellas personas que no evolucionaban intelectualmente de la misma manera que los demás ha dado lugar a la creencia de que este colectivo es “retrasado” o, quizás, inferior por tener unas características distintas, con las connotaciones negativas que conlleva. El nuevo enfoque permite ver a este y al resto de colectivos como grupos de personas cuyo estado de salud (físico o mental) necesita una serie de adaptaciones concretas que, en muchas ocasiones, se ven limitadas por el contexto social, económico y político. Por lo tanto, se debería visualizar la diversidad funcional intelectual como el conjunto de capacidades y habilidades distintas, aunque no inferiores, a las nuestras.
Escrito por Irene Martín
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